Es escritor, argentino y desde hace un año también es hortalino. Guillermo Roz pasea su ordenador por el barrio, se toma un café y deja que el invierno de la meseta le inspire otra historia. Nunca sabe qué novela será la próxima.
Tiene en su haber una cuantas, la última, Malemort, el Imponente, galardonada con el XVII Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones, ha sido recientemente publicada por la editorial Alianza. Su atractiva portada resume el libro, la vida de algunos: la proa de un barco encallado en una planicie a punto de ser invadido por las malas hierbas. Leer esta historia es volverse un poco francés, un poco argentino, como lo es él. Y, hasta cierto punto, volverse joven, joven y valiente.
Un viaje al pasado
Navegas, abandonas tu país por amor y sufres, sufres al dejar atrás lo que pudiste ser sin saber qué pasará. Una comunidad asfixiante, a veces cruel, que te empuja hacia lo desconocido, llegas y todo está por hacer, nada es lo que te imaginabas pero ya no hay vuelta atrás.
Es una historia de sueños y frustraciones y también de desengaños, de desamor. Basada en hechos reales y en otros ficticios, bien armada y documentada, donde la vida siempre parece estar en juego. Con personajes a caballo entre la historia y la ficción pero dentro de un universo real, palpable que llegó a existir, fue un momento de la historia de finales del siglo XIX, entre dos continentes. “Me enamoré de la historia en cuanto la conocí, de la gente que la vivió, en realidad han pasado cien años desde que sucedió pero podría pasar ahora. La inmigración es igual, lo que sientes es lo mismo ahora o entonces”
Guillermo es curioso, como la mayoría de los escritores, hablamos del barrio, de algunos de los secretos que guarda. “En este barrio hay muchas historias, hace poco, hablando con un taxista me enteré de que aquí se rodó Doctor Zhivago, y lo mejor de todo es que el taxista que me la contó resultó ser uno de los extras de la película”.
Cuando le pregunto si sus novelas son autobiográficas, si hablan de su pasado en Argentina, de su etapa viajera me dice que sí, que sus personajes hablan por él, de su pasado, de su vida migratoria. Dice que en todos lados puede haber una historia “Las historias van y vienen, los escritores somos una especie de antena, todo lo registramos”.
Vida en el barrio
Parece que la España literaria le trata con cariño. Ganó también el primer Premio de Narrativa Francisco de Ayala y Nuevo Talento FNAC en 2012 con su anterior novela, Tendríamos que haber venido solos. Le pregunto por Argentina, si echa de menos su tierra, si ha sido duro dejar su país. Me mira con un destello de saudades que se difumina enseguida mientras saca la bolsa de té de la taza. A veces, Madrid, sus suburbios, le recuerda a Buenos Aires, a su infancia, eso le agrada. “Son barrios vivos, que crecen con la población”.
Describe el barrio de Hortaleza como un barrio “amable” donde se puede pasear con los niños, sus hijos. Es padre, se nota en sus ojeras, en la cara de cansado con la que se ha levantado. “Estoy agotado, no duermo, todavía son pequeños… Pese a que soy muy disciplinado con la escritura, ahora escribo cuando puedo y cuando ellos me dejan, claro”. Le pregunto por sus manías, todos los escritores las tienen, duda un momento, no sabe si contármelo, apura la taza y se decide. “El pijama es mi manía —me dice— me encanta escribir en la cama y en pijama”.
Hermoso reportaje a mi compatriota. Las conincidencias de la vida, cuando llegamos a España, Hortaleza ha sido el Barrio en el cual vivimos con mi familia y donde también vivían y vivieron otros argentinos como nosotros.