Escribir me salvó la vida. Y no, no exagero. Sucedió hace muchos años, pero hoy, si ahora mismo no siguiera dedicando mis días al difícil arte de unir palabras, estaría en la misma cuerda floja. Resumiendo, soy de naturaleza hipersensible. Digamos que me duele el mundo; se me hace bola.

Si ahora mismo no siguiera dedicando mis días al difícil arte de unir palabras, estaría en la misma cuerda floja

Un dolor que hace años conseguía nublarlo todo. No era depresión, no estaba deprimido, sino hastiado de enredarme en mares de dudas sin obtener las respuestas apropiadas y hastiado también de verme forzado a lidiar con un mundo interior tan nítido y acogedor que me hacía perder el interés por lo tangible.

Las pastillas ­–tomaba muchas– no conseguían mitigar mi angustia, sino todo lo contrario. Solo permitían que dejara de hacerme preguntas, y que mi cálido mundo interior se difuminara casi por completo. Y esto, lejos de solucionar el problema, aumentaba mi angustia. Me sentía inútil, anulado; un despojo.

Las pastillas ­–tomaba muchas– no conseguían mitigar mi angustia, sino todo lo contrario

De modo que me dio por escribir. Ya escribía antes, en la adolescencia (aún conservo un par de novelas bastante horribles de aquella época), pero volví a escribir tal vez buscando un refugio que me ayudara a escapar de las pastillas y, ya de paso, sacarle provecho a todo ese universo que aún giraba por dentro.

Paralelamente a esto comencé a trabajar como taxista. Era un trabajo bueno para mí; me hacía bien. El oficio de taxista encajaba como un guante con mi estilo de vida: sin jefes, ni horarios, ni un sueldo fijo más allá del que yo me procurara. El taxi me ofrecía libertad de movimientos y una oportunidad única para charlar sin filtros con perfectos desconocidos, y fue precisamente en esas charlas casuales y azarosas donde encontré un filón literario sin precedentes.

Gané el premio a la mejor bitácora en lengua castellana
(de entre más de cinco mil participantes) y eso me permitió escribir a sueldo

De modo que decidí volcar todo aquello y abrí un blog. Y el blog tuvo un éxito brutal. Gané el premio a la mejor bitácora en lengua castellana (de entre más de cinco mil participantes) y eso me permitió escribir a sueldo en el diario más leído del país durante más de ocho años.

Entre medias, publiqué un par de libros, conocí a centenares de lectores (una de ellas se convirtió en mi esposa y madre de mi hija Aitana) y también colaboré, y aún colaboro, en un buen puñado de medios. Hortaleza Periódico Vecinal, mi niña bonita, es uno de ellos (columna, por cierto, número 50). Y de la angustia y el hastío, ni me acuerdo.

 

(Visited 281 times, 1 visits today)