El viernes 4 de marzo me llama mi amigo Jorge, con quien cada 24 de diciembre colaboro en la campaña ‘Nadie sin Cenar‘, y me comenta: “Estoy pensando subir a la frontera polaco-ucraniana para traer refugiados a España, ¿te apuntas?”
No me lo pensé dos veces. Acto seguido, lo colgué en mi página de Facebook, y mis amigos empezaron a aplaudir la iniciativa. Me llamó Mónica (de Manoteras) y me preguntó: ¿y por qué no aprovecháis para subir ayuda humanitaria? Aquí en el barrio hay asociaciones que se han visto desbordadas con las donaciones. Así que cambiamos el plan. El sábado teníamos ya el local a reventar de donaciones; y lo que en principio iba a ser un viaje de dos vehículos, derivó en siete.
El miércoles iniciamos el viaje. Cinco vehículos salimos de Madrid y otros dos más desde Guadarrama; juntándonos en Burgos. Desde allí, atravesamos Francia y Alemania, en donde nos separamos. Los de Madrid fuimos a Varsovia, y los de Guadarrama fueron a Praga, a la frontera (Medika) y a Cracovia. A pesar del caos que tenían en ambas ciudades polacas (algo totalmente comprensible, cuando de repente te llega un millón y medio de refugiados) recogimos todos los refugiados que pudimos, 27 en total, a los que hay que sumar otros dos de un vehículo que salió un día antes.
Al principio, los refugiados no hablaban ni entre ellos. Estaban muertos de miedo. Imaginad montar de noche en un vehículo con dos desconocidos, con los que no puedes hablar, por no coincidir en ningún idioma, y con los que vas a cruzar toda Europa. Nosotros seguro que reaccionaríamos igual. No llevaban apenas equipaje, tan solo lo puesto, el pasaporte y en el mejor de los casos una simple bolsa de deporte con lo primero que pudieron meter en ella. El miedo era tal que al entrar en los vehículos no se quitaron ni los abrigos. Supongo que pensando: “si nos los quitan, nos quedamos sin nada”. Paramos en un área de servicio a cenar, y algunos no quisieron ni bajarse de los vehículos. Tan sólo salió uno, cogió víveres que nosotros pagamos (gracias a las donaciones), y volvió al vehículo para comer en él. Al llegar al hotel en Boleslawiec, tuvimos un problema parecido, ya que lo primero que preguntaron es quien iba a pagar aquello.
Después de la primera noche, comprendieron que se encontraban seguros, que no tenían nada que temer, y que podían confiar en aquellas personas que desinteresadamente les estaban trasladando a un nuevo lugar donde empezar una nueva vida. Personalmente, creo que siempre les recordaré.