Viernes y por fin hablamos, pero la pillo en el autobús camino de Pamplona. ¿Un tablao en Iruña? Cambio la agenda: el domingo en la Cueva del Barco. Hoy es la cita, aún de viaje, no ha dormido, va a venir al barrio. Que no, que debajo de su casa. Baobab en la esquina y mezquita en la acera de enfrente. Nadie contesta. Por el telefonillo pide cinco minutos. Ducha rápida. Ahora dice sube.

El marco es una corrala. Es morena y camina descalza. “No te asustes de la casa”, me dice con voz no recuperada. Ella es movimiento. Una frase de Camarón de la Isla se lee en su piel: “Enamorada de la vida aunque, a veces, duela”. En dos gestos nos hemos conocido de siempre, en dos estancias descubro sus viajes, su universo. Entonces la luz cambia y el ámbar ilumina todo porque Ámbar es su gata, su panterita, la que con su curiosidad marcará la entrevista.

PREGUNTA: ¿Qué tal el viaje?

RESPUESTA: En Pamplona pasan cosas siempre, pero lo de ayer fue espectacular.

¿Tiene magia?

¡Un día siempre es mágico conmigo! (Risas.)

Mira, estas son las fotos de ayer. Esos son mis papis, hortaleños también.

¿Por qué zona vivíais?

Por López de Hoyos. Estudié en Nuestra Señora de la Hoz y después en el IES Conde de Orgaz.

¿Y por dónde te movías?

Salíamos mucho por los Paules. El punto de encuentro lo teníamos en el antiguo Pryca.

¿Con compañeros del instituto?

Nos juntábamos más con gente de la Hoz y con gente de mi pueblo.

¿Tienes pueblo?

Navalafuente. Le digo mi pueblo porque pasaba allí todos los veranos. De ahí coincidían muchos en el barrio, en Pedroñeras y en Santa María. De ahí era mi padre. Mi madre es extremeña, de Jerez de los Caballeros. Mis abuelos maternos se compraron unas viñas en el pueblo de los otros abuelos, así que crecí con los cuatro abuelos en el pueblo. ¡Genial! ¡Tenía a los cuatro!

¿Algún recuerdo del Conde de Orgaz?

Lo dejé en el 97-98. Salíamos a las manifestaciones. Ahora ya ni me acuerdo. ¡Qué pena! Al tiempo que hacia el BUP, terminé la carrera de baile.

¿De qué te viene el baile?

Me apunté con mi mejor amigo del cole, Gabi Blanco. Entonces las niñas a baile y los niños, a judo. Podía haber hecho judo. Empecé con 8 años a bailar.

¿Cuándo empezaste en serio?

La profesora del colegio de la Hoz nos dijo, sobre todo a Gabi y a mí, “si os gusta mucho el baile, tenéis que ir de una forma más profesional”. Me dijeron que no podía bailar, que no tenía condiciones y yo, por mis cojones, que bailaba. Todo eran noes y gordas. Con el final del plan de estudios, me hice en un año tres cursos y saqué sobresaliente, notable y sobresaliente.

¿Qué es lo de gordas?

Cuando empezamos a desarrollarnos, no decían que éramos largas… como las gimnastas. Me veo en las fotos y creo que tuve un poco de anorexia nerviosa. Recuerdo que fue el año en que estaba en BUP. Todo sobresalientes, notables… Mi padre me decía que, o sacaba las notas, o no bailaba. Exigencia total. Recuerdo que hasta los 18 fue mortal.

¿Rebelde?

Iba reivindicando que no te etiqueten. Si eres chica, tienes que ser esto; si eres bailarina, tienes que ser esto… Y yo podía ser bailarina, ir con mi chándal, hablar como muy de barrio (tronco, no sé qué)…

No sería fácil.

Recuerdo que primero y segundo de clásico fue mortal. De mi promoción, éramos muchas y salimos bailando tres o cuatro.

¿Qué estudiaste?

Hice la carrera de danza española y dos años de clásico puro también, pero lo que a mí me gustaba más era el flamenco. Cuando terminé la carrera de baile, me metí a hacer INEF.

¿Y eso?

Mi padre me dijo “tú no bailas si no te sacas un título”. Al final, fue muy sacrificado. Recuerdo que el padre de Gabi tenía que llevarnos todos los días desde el barrio a la escuela que teníamos cerca de Avenida de América, en María Teresa.

¿Se llamaba así?

Se llama Marta de la Vega, que era nuestra maestra, que se murió hace poquito. Tuvimos la suerte de estar allí con unos pedazo de maestros que pocas personas han podido disfrutar. Fíjate, estuvimos con Pedro Azorín, que para mí y todo el mundo es el mayor maestro de folclore que hay en Aragón, con Merche Esmeralda, con Julia Estévez, con Silvia Mira en el clásico… O sea, que la formación fue increíble.

¿Siempre bailando?

Estuve un año enfadada con el baile y no quise volver a bailar más. Mucha autoexigencia, mucho sufrir con el baile. Entonces, me metí a hacer INEF y hubo un año que me saqué también el carné de conducir, estuve a muerte conmigo.

¿Y apoyo familiar?

Mi madre decía que hiciera lo que quisiera y fue la que me dijo “tú quieres bailar, pues yo te voy a ayudar”. Era muy cara la escuela de baile. Recuerdo que mi madre sacaba dinero por aquí y por allá, es decir, se las agenciaba para pagarme todos los meses de baile. Era supercaro. Íbamos por las escuelas y las escuelas te presentaban al Conservatorio.

¿Tu padre estaba al tanto de las sisas?

Creo que no, pero se lo imaginará. Si no, estará pronto al tanto. (Risas.)

Pero ¿tenías buena relación?

Sí, tengo que agradecer a mi padre el decir “si no estudias, no bailas”. Lo mismo con la carrera. Él quería que yo fuera abogada. A mí me encantaba el atletismo. Soy todo movimiento. Soy número 13, pues todo movimiento. Según tú naces…, vamos, yo creo en esas cosas de la numerología.

¿Cómo entraste en el mundo laboral?

Cuando acabé la carrera, me metí en el IMD, el Instituto Municipal de Deportes. Allí estuve de los 23 a los 28. Me mola mucho la gente y dar clases me encanta. Entonces lo hacía con mucha gana, porque el deporte es salud. Era monitora de todo: spinning, aeróbic, step, acondicionamiento físico, musculación…

¿Y el baile profesional?

Empezaron a salir viajes. El cuerpo ya me pedía… Además, el primer viaje fue a Japón. Me presenté a un audición de coña, y la gente “no te van a coger” y yo “jo con la peña, pues voy a ir”. Me cogieron y lo recuerdo como uno de los viajes más bonitos. Ahora menos, pero antes se hacía mucho dinero en Japón con el flamenco.

«El flamenco es muy nómada. Es un camino muy libre, un camino en el que vas muchas veces acompañada y también un camino muy solitario»

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¿Qué es para ti el flamenco?

Yo creo que el flamenco es una forma de vivir por la manera de trabajar. Vives en la noche, no tienes horarios fijos. A mí siempre me ha parecido que el flamenco es muy nómada. Es un camino muy libre, un camino en el que vas muchas veces acompañada y también un camino muy solitario, tanto ensayando como montando tus cosas, tu mundo interior, porque, a fin de cuentas, tú estás creando. También es un modo de expresarte.

¿Das clases ahora?

Sí, estoy aquí en Casa Patas en la calle Cañizares. La verdad es que van de todo. Hay muchas docentes, muchas profes. Hay unas cuantas cabecitas muy interesantes. Bastantes actrices también, bailarinas, bailarinas de clásico…

¿Solo te dedicas al baile?

Siempre tuve curiosidad por el teatro como medio de expresión. Soy actriz a partir de la obra Decameron negro gracias a la formación que tuve con Santiago Sánchez o con Hassane Kassi Kouyaté, que fue un año entero de talleres y después fueron dos meses a full de trabajo de ocho de la mañana a ocho de la tarde. La formación que he tenido en teatro ha sido el regalo de ellos.

¿Qué sacaste?

A mí me valió para crear mis cosas. Me hice una obra que entró en la red de la Comunidad de Madrid que se llama Mi viaje en una maleta, que es la historia que me valió con los palos del flamenco para hilar toda mi vida desde que nací hasta que pasé a otros sitios. Al año siguiente de terminar esa obra, me metí con Jorge Eines, director de teatro que tiene una propia forma de trabajar superespecial.

¿También te has acercado al circo?

Me encantó. Lo que pasa es que tuve que dejar de hacerlo. Empecé con el trapecio. Te exige un ejercicio físico y una preparación para la que yo no tenía tiempo tampoco. Me lesionaba en la espalda porque los músculos que ejercitas no son los mismos. Así que me quedé poco tiempo.

¿Cómo te va el día a día?

Llevo dos años sin parar porque al final te vas moviendo en el círculo. Cuando no es en el Café de Chinitas, con una semana que vengo de estar ahí, tengo Pamplona. Ahora me voy a Valencia y a Almonte con otro compi mío. Después, tengo El Cortijo en Vallecas con otra amiga y sigo en el Café Ziryab con otra compi y ahí… Bueno, pues me voy moviendo por todos los sitios en Madrid.

¿Hay una edad para las bailaoras?

Yo creo que es efímero. Después, hay de todo, pero tienes que ser muy muy crac para seguir en activo. Tu cuerpo no te va a rendir igual. Los jóvenes tienen una técnica ahora increíble, aprietan mucho. Al final, tu vas creciendo en el flamenco y vas viendo que, al final, lo que es menos es más. Es como el teatro también.

¿La experiencia?

La gente que te ve va viendo los avances. Yo, por ejemplo, creo que no bailo igual que el año pasado. Y lo que bailé ayer, madre mía, ¡qué guay! Me decía una amiga “tía, hay algo que te ha cambiado, una forma de transmitir que la gente estaba llorando en el tablao”.

¿Nuevos proyectos?

Entré en el 2019 con achaques de salud porque no paro y el cuerpo me está diciendo calma y busca. Eso es lo que siento ahora. Con una bailaora brasileira amiga mía, Lisi Sfair, estamos creando una obra que se llama Mujeres desobedientes. Tengo muchísimas ganas de ir a por ello.

¿Vuelves al barrio?

Allí, lo que tengo al final, son mis padres. A los colegas, si los veo, los veo aquí más que por Hortaleza. Pero siempre que vas ahí es cuando estás agustito, ¿no? ¡Tu edén totalmente! Mi barrio, ¡qué guay!

¿Y si montas algo en Hortaleza?

No me importaría hacer algo en mi barrio. ¡Vamos! Yo si puedo…, que siempre me meto en jaleos, pues voy. Me encanta la idea. (Risas.)

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