Hace años salimos a las calles y recurrimos a los tribunales para denunciar que los recortes y la privatización de la sanidad eran muy peligrosos. Pese a ello, continuaron desviando los fondos públicos hacia el sector privado, en detrimento de la sanidad pública. Este deterioro posiblemente sea un determinante esencial para la sobrecarga de la sanidad pública, que antes de la pandemia del coronavirus ya tenía listas de espera de un año para algunas especialidades y pruebas diagnósticas.

Pese a las epidemias previas (gripe A, gripe aviar, gripe porcina, ébola…) y pese a que desde China e Italia advertían de lo que nos venía, no se reforzaron los servicios sanitarios, que afrontaron la pandemia con el mismo personal ya sobrecargado y con los escasos medios disponibles.

Desde el Ministerio de Sanidad y las consejerías autonómicas se produjo un aluvión de protocolos e instrucciones, pero no de personal y medios, para hacer frente a un asesino desconocido. Nos dieron trajes de papel y mascarillas que no protegían. Cómo nos verían los vecinos que nos confeccionaron pantallas protectoras, gorros y batas de plástico, mientras que los farmacéuticos nos traían botellas de gel desinfectante.

Desde el Ministerio de Sanidad y las consejerías autonómicas se produjo un aluvión de protocolos e instrucciones, pero no de personal y medios, para hacer frente a un asesino desconocido

El coronavirus colapsó el sistema, nos encontramos con que cientos de pacientes se ponían muy graves de un día para otro, no sabíamos cómo tratarlos, no teníamos acceso a los tratamientos que se ponían en los hospitales, ni había ambulancias suficientes para trasladarlos, con demoras de más de doce horas. Tuvimos que aconsejar a las familias que se los llevaran en sus coches, incluso una compañera trasladó al paciente en su coche y, como cientos de sanitarios, fue contagiada.

Se habilitaron los hospitales de campaña, asistidos en gran medida por el personal de los centros de salud y del servicio de urgencias, tuvimos que trabajar días festivos y fines de semana para compensar la falta de personal. Tras semanas de lucha, cansados y abatidos, seguíamos sin tener medios para atender a los pacientes y se habilitaron las macromorgues.

Tuvimos que atender a pacientes en sus casas y, cuando veíamos peligrar su vida y aconsejabas el traslado al hospital, algunos lloraban prefiriendo arriesgarse a morir en casa antes que no volver a ver a sus seres queridos.

Seguimos llorando a los pacientes y compañeros fallecidos y las tristes condiciones en que se fueron, sin la compañía de sus familias y amigos, acompañados por los sanitarios que, entre palabras de ánimo, enjugaban sus propias lágrimas. Malditos sean los responsables de esta catástrofe “y que en la noche les persiga nuestra memoria”.


El autor del texto trabaja como sanitario en un centro de salud del distrito, pero ha querido publicar la carta de forma anónima en el periódico.

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