Soy uno de esos creyentes descreídos. Creo en el Big Bang y en las nuevas teorías de la llamada generación espontánea, pero he de reconocer que un orden tan pulcro, tan bien planteado desde su inicio —tal vez la Nada absoluta—, hasta, pongamos el caso, Bertín Osborne, invita a pensar en algo superior e incomprensible; una ayuda incorpórea, llamémoslo X.

Vale que sólo soy un taxista que empieza su turno en Hortaleza y escribe cosas, pero ahora que tengo una hija en edad de asombro, en breve me veré obligado a hacerle un resumen de la vida procurando no caer en ciertos charcos. En estas fechas, por ejemplo, es difícil construir un discurso carente de contradicciones. Me refiero, por supuesto, a la Navidad.

Me refiero a que en la escuela infantil donde llevo a mi hija —escuela pública, para más señas—, nos han pedido que llevemos una figurita para conformar entre todos un portal de Belén y ahondar en ese “espíritu navideño”. Reconozco que lo normal es no darle importancia a un hecho fácilmente atribuible a la tradición. Llevar la figurita y dejarlo correr —yo quise llevar un “caganer” pero mi mujer, que es más sabia y prudente que yo, me detuvo a tiempo—.

Sin embargo, no puedo evitar sentirme empujado a dar explicaciones sobre un hecho racionalmente inexplicable el día que mi hija alcance la edad de hablar y razonar. ¿Cómo explicar que aquel niño del belén fue concebido gracias a la unión de una virgen y una paloma? ¿Cómo explicar acto seguido el proceso reproductivo del resto de los mortales? ¿Papá pone una semillita en mamá excepto aquella vez que una mamá fue tocada por el dedo divino del hacedor del Universo y acabó alumbrando a un niño al que mataron y después resucitó para “salvarnos” a todos?

Cada cual que eduque a sus hijos como crea conveniente, faltaría más. Y reconozco, además, lo vistosa y ciertamente ilusionante que resulta la Navidad para los niños. Luces, regalos, familia, amor. La cabalgata de Hortaleza, la original, la de toda la vida. La que decoran los propios niños y asociaciones vecinales con ilusión desmedida. No veo contradicción en esto, quiero decir: no es necesario estar de acuerdo para disfrutar de ello, como no es necesario conocer los orígenes del carnaval, o de Halloween, para disfrazarse. Disfrazarse es divertido, y celebrar cualquier cosa también. Celebrar sin pretensiones, quiero decir.

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