No pasa desapercibido. Estamos en la galería comercial de la calle Nápoles, en el barrio de Canillas. En su esquina, cada milímetro dice algo. Productos en exclusiva y ofertas del día. Sí, es a él a quien busco y nos disponemos a volar.
Fernando Martínez representa a una generación de niños sin escuela ni posibilidades que, sin embargo, fue un torrente de energía que nos dio lo mejor de lo que hoy somos. Nos dio el techo y el alimento; también, su creatividad y el arte. Él, por el porte flamenco.
Esperamos a que el hijo de una clienta se desprenda de sus céntimos. Doble mandil, inteligencia natural, paciencia, sentido del humor y algo que podría definirse como cariño. Es nuestro turno. Queremos una entrevista troceada y deshuesada, con todas las vísceras, especialmente el corazón y el hígado, pero que la pechuga no nos la filetee porque queremos oírle cantar.
¿De dónde eres?
Soy de Quesada, de Jaén. Vine a Madrid con quince.
¿Fuiste a la escuela?
A los nueve, me sacaron mis padres después de hacer la comunión porque se fueron a un cortijo y pillaba muy lejos. Estuve sin ir al colegio hasta los doce, pero fui a una academia que daban nocturno para la gente del campo. A la mayoría le pasaba lo que a mí. Tenían que ayudar en su casa, es lo que había.
¿Y empezaste en la pollería?
Bastante después. Al mercado entré en el 78, en plena Transición. Primero, entré a trabajar en la obra como un niño de los recados. Que luego me metían a todo porque con quince años estaba acostumbrado a segar y a arar con las mulas en el campo.
¿Cómo fue el paso al comercio?
Es curioso. El señor para el que trabajaba hizo un mercado nuevo en Ciudad de los Ángeles. Tenía que haber alguien para abrir y me lo ofreció. Estando allí, un señor que tenía una pollería me dijo: “¿A ti no te gustaría trabajar mejor en la tienda que en la obra?”. El hombre me dio la tarjeta y la guardé bien porque nunca se sabe.
¿Y qué pasó?
Me quedé sin trabajo y volver al pueblo me daba pánico. Cogí la tarjeta, pero, estando en la obra, un primo del jefe me había dicho: “Vente conmigo, chaval, de pescadero”.
¿Y la pollería?
Me fui a ver al señor de la tarjeta. Volví a la obra y, después, a una tienda de Moratalaz. El dueño tenía aquí, en Nápoles, otra tienda.
Fue cuando viniste al barrio.
Me gustaba mucho más la gente de este barrio. Era gente más humilde, como más obrera.
¿Ya te quedaste?
Me fui a la mili y, al volver, acababan de inaugurar el mercado nuevo de arriba. Entonces, esto se quedó en la cuarta parte. La gente se subió y yo dije: “Las novedades tienen un tiempo, luego pasan”. Al segundo año, tripliqué la venta.
¿Va bien el mercado?
Estamos acosados por todas partes. Se empezaron a notar bajar mucho las ventas a raíz del Carrefour. El segundo palo nos lo dio también el Palacio de Hielo.
¿Es un problema de precios?
En lo de los precios, se confunde mucho la gente. En el mercado, siempre te dan calidad; en las grandes superficies, llega un momento en el que no sabes qué comes. Para mi tienda tengo seis o siete proveedores. Si solo fuera un proveedor, tendría una comodidad tremenda; pero un solo proveedor no tiene todo lo mejor.
¿Cómo seguís adelante?
Porque todavía hay gente que no ve todo del mismo color, que sabe distinguir.
He hecho este disco para que le quede un recuerdo a mi familia directa. Y por darme yo una satisfacción
¿Cómo surgió lo del flamenco?
Siempre lo he llevado ahí dentro; es algo que vive contigo.
¿Y cómo lo aprendiste?
De oído. Clases de flamenco me dio un guitarrista de aquí del barrio. Era guitarrista de tablaos flamencos, de estos buenos de los que había en aquella época.
¿No te has dedicado a la música?
Estuve casi decidido a dedicarme a la música de lleno. Ya estaba casado y tenía a mi hija pequeña.
¿Qué había de flamenco en la zona?
Antes, en Barajas, había dos tablaos flamencos a los que yo iba mucho. Uno era el Tablao Alonso y el otro el de los Carrueños. En uno, me hicieron un homenaje.
¿Qué es un homenaje?
Se lo hacían a la persona que más le había gustado a la gente. Aquella noche, todos cantaban dos temas, pero el espectáculo lo abría el homenajeado y cantaba algunos más.
¿Cómo lo llevaba la familia?
A mi suegra le encantaba, todo lo contrario que a su hija. María Juliana es rockera.
¿Cómo ha sido lo de grabar el disco?
Lo he hecho para que no se pierda esto y que le quede un recuerdo a mi familia directa. Y por darme yo una satisfacción.
¿Qué nombre artístico te pondrías? ¿Pollero rumbero?
Hubiera sido gracioso. Sí, tu profesión, de lo que has vivido y llevas con mucho orgullo, entremezclado con tu vida y tu pasión, que es la música. Pues hubiera sido bonito.
¿Algún proyecto nuevo?
A lo mejor, hacer otro disco con más temas para que no solo sea de rumbas, sino mezclar un poquito más.