Explanadas que ayer eran de césped, hoy son de tierra, barro y hojas secas. Merenderos con los techos caídos, filas de baldosas a ras del agua de la piscina con metros de musgo, tanto que hasta los chavales escriben su nombre. Baños averiados, rotura de cañerías.

Por megafonía, una voz –a veces regañando; otras burlona, ridiculizando al bañista, otras aburrida y monótona– se dirige a los bañistas como si fuesen niños pequeños. La infantilización de la ciudadanía.

La voz nos advierte constantemente, como un disco rayado: “Prohibido tirarse de cabeza, comer en la pradera [una ladera de tierra y barro], hacer fotos, traer sillas de casa, poner música, introducirse en el agua con gafas…”.

Se oye el silbato. ¡Un niño se ha atrevido a tirarse de cabeza! ¡Otro ha introducido una pelota!

Así desarticulan lo público (educación, sanidad, piscinas...), poco a poco, subiéndonos la temperatura, como si fuésemos ranas

Si una madre se sienta con su bebé de unos meses en la piscina pequeña llega el de seguridad, el socorrista, el encargado… “Ahí no se puede sentar”. La norma se haría para chavales grandes que usan la pequeña, pero se aplica a madres con bebés. La norma por encima del contexto, de la situación, del sentido común.

Cada pocos minutos, no solo la advertencia por megafonía, una pareja de seguridad se pasea, observa, con su porra y esposas colgando. Buscan bañistas peligrosos. Chavales que saltan las vallas para mojarse un poco. No gastan en instalaciones y césped, pero en seguridad son infalibles.

La rana, al introducirla en un cubo hirviendo, salta y se salva, pero, si la metes en agua tibia y le subes la temperatura poco a poco, se queda paralizada y muere hervida. Así desarticulan lo público (educación, sanidad, piscinas…), poco a poco, subiéndonos la temperatura, como si fuésemos ranas.

piscina

Estado de la «pradera» de las piscinas de verano del polideportivo Hortaleza.

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