Ángel Gómez y su delantal te dan la bienvenida nada más entrar en la galería comercial de Las Pedroñeras, en el barrio de Villa Rosa. Su puesto esquinero de alimentación es una atalaya amurallada con bollería, dulces, lácteos, encurtidos, conservas y un sinfín de productos que aprovechan el espacio al milímetro. «Hay de todo un poquito”, resume el tendero segoviano dentro del mostrador en el que permanece como un vigía desde 1978. A sus 67 años sigue despachando de lunes a sábado, con jornadas maratonianas que arrancan a las ocho de la mañana y a veces concluyen pasadas las nueve de la noche.

Dice que aguanta por sus clientas más fieles, y porque le gustaría que alguien continuara con el negocio. “Me haría ilusión que siguieran con lo mío por las clientas de toda la vida que están acostumbradas a lo que vendo. Hay señoras que vienen a por cosas muy concretas que solo encuentran aquí: la palmera que les gusta, el polvorón…” explica mientras agasaja al redactor con un barquillo bañado en chocolate.

Ángel llegó quinceañero a Madrid para trabajar en la galería de la avenida de San Luis, también en Hortaleza. Cuando abrió el mercado de Las Pedroñeras, emprendió su propio negocio. El puesto esquinero le costó tanto como un piso: tres millones y medio de pesetas de finales de los años setenta. “Era el puesto que más valía por estar a la entrada, porque los demás estaban en millón o millón y medio”, precisa. No fue mala inversión, porque en el mercado se hacía dinero. “Llegué a tener a dos dependientes. Entonces éramos los reyes”, rememora con nostalgia.

“Me haría ilusión que siguieran con lo mío por las clientas de toda la vida”

“Ya no ganamos tanto, pero da para tener un sueldo superior a lo se gana trabajando en un supermercado”, apostilla lanzando un dardo a la competencia. Porque se le hace difícil desprenderse del establecimiento. Lo tiene a la venta, con anuncios en internet y carteles pegados por el barrio, pero nadie se ha interesado por el puesto más valioso del mercado. “Lo vendería ya casi por lo que me den”, admite resignado Ángel, que podría llevar dos años jubilado. “Si estuviera de alquiler ya lo habría hecho”, remacha.

Como Ángel, varios compañeros del mercado preparan la retirada tras décadas alimentando al barrio de Villa Rosa. Este verano, el charcutero Julián echó el cierre sin relevo. Otros preparan el traspaso del negocio a sus hijos. Los de Ángel han emprendido otros caminos profesionales y no continuarán con el negocio. Así que el tendero se ha marcado un límite: “Si mañana saliera un comprador, mañana mismo haríamos el trato. Si no, el año que viene empezaremos a liquidar. Y si no se puede vender, pues un alquiler”. En abril de 2024 le gustaría estar definitivamente jubilado. Tras 45 años metido en un cubículo, desea salir y ver mundo: “Yo ahora quiero viajar y pasar temporadas en el pueblo, con tranquilidad”.

Si alguien está interesado en el puesto de Ángel, puede llamarle al 91 759 86 31 o visitarle en el mercado situado en el número 14 de la calle Las Pedroñeras: ya saben, lo encontrarán nada más entrar, como un vigía con su delantal.

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