Fiestas de Hortaleza, año 2007. Hay muchísima gente alrededor del chiringuito de Radio Enlace. Gente buscando abrirse hueco hasta llegar a la barra. Gente pidiendo comida y bebida como en vísperas del fin del mundo. Gente al fondo gritando a los de la barra que pidan más de lo mismo.
Yo me encuentro al otro lado, sirviendo minis de cerveza y pinchos morunos con la agilidad de cien gacelas. Aparqué mi taxi para echar un cable (somos unos quince y no damos abasto). Un par de tipos me piden un mini de sangría y dos bocatas de panceta mientras sirvo dos cañas a la pareja de al lado y cobro a otra chica su gin-tonic. Es de locos la sed que hay aquí en Hortaleza. Suerte que, en breve, dará comienzo el concierto y podré descansar.
Pero, de repente, igual que Moisés en el mar Rojo, aparece Paula. Consiguió abrirse hueco entre el tumulto y ahora espera acodada en la barra. Yo acabo de servir a otra pareja y me acerco a ella: “¡Paula!”, digo. “¡Dani, qué sorpresa! Oye, ¿podrías ponerme un par de minis de cerveza?” “¡Claro!”, contesto valiéndome de mi mejor sonrisa.
Mi historia con Paula se remonta a muchas fiestas de Hortaleza atrás. Digamos que siempre ha sido una relación convulsa, un tira y afloja de su corazón al mío. La definición exacta del “ni contigo ni sin ti”, del “quiero y no puedes”, y viceversa. Y por mucho que ahora nos hagamos los sorprendidos, ambos sabíamos que llegaría este momento. Igual que el año pasado, igual que el año anterior y el anterior del anterior. Siempre acabamos encontrándonos aquí y siempre acabamos retomando lo que dejamos por imposible en las fiestas pasadas.
Sin embargo, en esta ocasión, cuando le tiendo los minis y me paga, lejos de quedarse a hablar conmigo, recula y vuelve a su grupo. Son cinco tipos, entre los cuales se encuentra un melenudo (más guapo y más joven que yo) que, al verla aparecer, le da un beso en la boca.
Yo, al ver aquello, suelto el mini y me empapo los zapatos de cerveza. Resulta que Paula, mi Paula, tiene novio. Y ahora empiezan a sonar los primeros acordes del concierto y se marchan. Se van. Juntos. Y yo me quedo con cara de idiota y los zapatos empapados de cerveza. Pero el año que viene volveré. Y también el siguiente.