Hubo un tiempo en que la panadería era un negocio familiar que se transmitía de generación en generación y se aprendía al calor de los hornos de leña antiguos en muchos pueblos y barrios de nuestras ciudades. Hace ya muchos años que nos hemos acostumbrado a que hayan desaparecido las panaderías y las tahonas de nuestros barrios y nuestro paladar se ha acostumbrado a un pan soso, sin personalidad y efímero.
Por esto, cuando se levanta una persiana de una pequeña panadería en la calle Oña número 125, del barrio de Virgen del Cortijo, algo nos dice que, detrás, tiene que haber una historia de empeño y superación. Así es la historia de Marea Bread, pero, como la marea, es un relato de idas y venidas guiado por dos pasiones: el mar y el pan.
DE TARRAGONA A CALIFORNIA
Después de probar varios trabajos y acabar hastiado del tráfico y las prisas de Madrid, Miguel Castro, un vecino de Santa Eugenia, decidió asentarse en Tarragona, donde comenzó a investigar en el mundo del pan y la masa madre. Nos explica que se trata de un fermento que se obtiene solamente con agua y harina que fermenta de forma natural y actúa como la levadura que compramos en el supermercado. Cuando la vida parecía que lo iba a devolver a la meseta, tras conocer a la que hoy es su mujer, vecina de Virgen del Cortijo, juntos decidieron probar suerte en California. Miguel reconoce que todas sus lecturas relacionadas con la masa madre (sourdough, en inglés) eran de autores y panaderos californianos. Así que la elección de California no era totalmente algo dejado al azar.
En California, Miguel horneaba en casa sus panes casi a diario y empezó a vender entre sus vecinos y vecinas
Mientras su mujer trabajaba de profesora en la ciudad de San Diego, de nuevo frente al mar, él, que había metido en la maleta su masa madre y sus banetones, horneaba en casa sus panes casi a diario y empezó a vender entre sus vecinos y vecinas mientras trabajaba como repostero y preparaba pedidos para hoteles y restaurantes. Tras obtener el permiso de trabajo consiguió un empleo como profesor de Educación Física, pero no dejó su pasión y se dio de alta como miniempresa desde su propia casa para poder vender en mercadillos y ferias locales.
VUELTA A HORTALEZA
Finalmente, Miguel y su mujer, ahora con una niña en la familia, decidieron que ya era hora de volver y, como la marea, retomaron el camino de vuelta. Después de considerar varias opciones, se asentaron en Virgen del Cortijo y Miguel trabajó durante unos meses en Panic, especializada en panadería de masa madre, pero en su cabeza seguía la idea de montar su pequeño negocio…
Un día un pequeño local de la calle Oña se quedó libre y no dudó en alquilarlo y poner en marcha su sueño. Primero, muy pequeño, con un horno poco más grande que el de cualquier cocina y una amasadora “casi de juguete”, como le gusta contar, pero con mucha ilusión. Nadie podría haber sabido que, pocos días después de inaugurar el local y con el obrador apenas montado, llegaría el coronavirus y empezaría el confinamiento.
El confinamiento sirvió para que los vecinos y las vecinas conocieran Marea Bread y probasen sus productos
Sin embargo, tras unos primeros momentos difíciles, Miguel reconoce que ese periodo sirvió para que los vecinos y las vecinas conocieran Marea Bread y probasen sus productos, ya que se convirtió en la verdadera panadería del barrio. Hoy trabajan en Marea, además de Miguel, dos panaderos, un aprendiz en prácticas y dos vendedoras. El negocio se ha asentado en el barrio y el vecindario ha sabido apreciar ese sabor especial y sorprendente que tiene este pan hecho con cariño y sin prisas. Además, trabajan con trigos antiguos y productos de cercanía para crear panes con personalidad que cuentan una historia, como su pan andaluz hecho con trigo de Huesca cultivado por Biopalacín y fermentado en banetones trenzados en un pueblo de Cuenca.
Trabajan con trigos antiguos y productos de cercanía para crear panes con personalidad que cuentan una historia
Entrar en Marea Bread nos lleva a los hornos de pueblo de la infancia, pero también nos cuenta historias de viajes allende los mares. No podemos perdernos el pan de algarroba con un tono dulce y recuerdos de Tarragona, la tarta de queso, el banana bread o el brownie –que bien podríamos estar tomando frente al Pacífico en una playa del sur de California–, las empanadas o los panes de semillas. Su pan de molde de mantequilla nos hace viajar a un pequeño pueblo francés con su textura de brioche y el aroma que desprende al tostarlo. Al llegar la época navideña, los roscones y panettones impregnan de olores deliciosos la calle Oña y el vecindario de Virgen del Cortijo y todos los que nos peregrinamos desde cerca o desde algo más lejos tenemos el privilegio de poder disfrutar de verdaderas creaciones de un obrador tradicional en nuestro barrio.