Manuel Fernández ha fallecido hace unos días. Nos ha dejado como hizo todo en su vida: sin apenas ruido. Y creo que es injusto que no quede constancia de la pérdida de gente importante, gente que importa porque tuvo importancia en la vida de miles de personas.

A veces recordamos lo que significaron escritores, músicos y nos olvidamos de otra gente que aportó a ser lo que somos, gente que vivió para cambiar la vida de la gente, gente tan extraña como valiosa, gente cuya pérdida es un menoscabo para el buen funcionamiento del mundo. Es injusto que la trayectoria vital de Manuel Fernández no sea conocida y reconocida.

Era sacerdote, pero la Iglesia le dio la espalda en el momento en el que puso por delante su implicación social activa, el convencimiento de que su papel como “pastor” iba más allá del dogma. Él jamás abandonó la institución, pero la institución lo dejó al margen, sin parroquia ni sueldo para sobrevivir. A comienzos de los años setenta fue consciente de que el proyecto de barrio que se estaba fraguando en Portugalete le necesitaba, pero ese espíritu cristiano y generoso de servicio no solo no fue una ayuda, sino que posiblemente fuese causa para que sus superiores le forzaran a abandonar su parroquia y tuviera que buscarse la vida, como cualquier otro, en el mundo de la enseñanza.

Manolo sintió el catolicismo como una responsabilidad e hizo de su vida un permanente esfuerzo de ayuda a los demás, de pensamiento colectivo para el bien común, de la búsqueda de soluciones para las necesidades y sufrimiento del entorno que le rodeaba. Desde su sentido religioso fue el dinamizador de un tejido social absolutamente fantástico (una asociación de vecinos, la cooperativa de viviendas, el club de juventud…) que cambiaron y mejoraron la vida de miles de personas y sirvieron de ejemplo a los que vinieron detrás en distintos lugares de Madrid.

"Manolo sintió el catolicismo como una responsabilidad e hizo de su vida un permanente esfuerzo de ayuda a los demás"

Manolo arrancó de su labor pastoral para terminar poniendo en marcha eso que luego se llamó el “movimiento vecinal” en Madrid. Por nuestro barrio, Portugalete, un barrio de chabolas con calles de tierra y sin alumbrado, en los setenta y los ochenta, era fácil encontrar a Cristina Almeida o Manuela Carmena en alguna de las actividades que organizaba la asociación vecinal; representábamos Jesucristo Superstar o hablábamos de sexualidad, y en sus contrahechos muros (fue algo absolutamente innovador en aquellos años setenta) uno se encontraba con murales de Juan Genovés, Arcadio Blasco, Lucio Muñoz o José Duarte. Y todo eso tuvo como referente el trabajo de Manolo. Ese hombre nos transformó la vida a muchos.

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Cuando le obligaron a salir de la casa parroquial, tuve la suerte de que se vino a vivir a la casa de mis padres y se convirtió en mi compañero de cuarto, en parte de mi familia. A él le debo tantas cosas en lo personal… Entre otras cosas, la ilusión que tuve desde chaval por escribir, porque siempre fue un acicate en esa idea de que yo tenía “madera de escritor”, así lo expresaba. Se emocionó mucho cuando le llevé un ejemplar de Avatares, mi librillo… Esa madera no ha dado para más.

Me han contado que ha pedido que no se hicieran misas ni funerales en su memoria. Un sacerdote. Eso choca aún más en esta actualidad en la que los medios son un constante reflejo de tanto numerito semanasantero, de muchos de esos católicos que, en su gran mayoría, no llegan más allá de la pura idolatría por una imagen o una fiesta. Las iglesias están vacías, la religión en crisis, pero el festival de la devoción (véase la Semana Santa, las mil fiestas patronales o las Navidades) suele ser ya un esperpento del auténtico sentido religioso.

Mi amigo Manolo, mi familia, creo que me enseñó la parte más rica y sustancial de aquellos valores que profesaba, y yo, ateo para mi desgracia, creo que guardo mucho de su ejemplo en mi manera de ver el mundo.

Y por eso termino negando lo que dije en el comienzo: Manolo no ha muerto porque Manolo es un cachito de mí y de mucha otra gente. Manolo sigue vivo porque Manolo ya es eterno.

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