Leer en verano es sentir, acompañarse de la brisa marina, del olor a romero, del sonido del río que sortea las rocas o, quizá, del ruido de un viejo ventilador. Mientras leemos hacemos dos cosas a la vez: estar y no estar, ahí radica el misterio de la lectura. Si queremos trasladarnos a un pueblo noruego de pescadores y saber por qué Jon Fosse es el nuevo Premio Nobel de Literatura, sumérjanse en Trilogía y vean cómo se cocina la tradición y la modernidad.

Si desean entender qué es lo kafkiano, cómo la sociedad puede acabar con nosotros, no duden en seguir al desgraciado Josef K. en El proceso. Si lo que realmente les gusta es la montaña, la vida animal y sus amenazas y son amantes del buen thriller, el más literario, no duden en acompañar a la protagonista de Sobre los huesos de los muertos, una novela de otro Premio Nobel, Olga Tockarczuk. Si desean pasar frío en verano y sobrevolar la historia rusa del siglo XX a través del fascinante mundo del teatro, no puedo dejar de recomendarles una extraña y maravillosa novela del escritor Yuri Buida, Helada sangre azul.

Es posible que pasen sus vacaciones con niños, que no logren concentrarse como les gustaría y necesiten pequeñas píldoras literarias, historias cortas que agiten sus mentes durante unos minutos. En ese caso, les ofrezco Sesenta relatos de mi querido Dino Buzatti, este escritor italiano no defrauda jamás. Es posible que deseen pasar un verano entre tinieblas y voces, entre la justicia que implora el más allá. En ese caso, no pueden perderse el escalofriante viaje a Camala, el pueblo de Pedro Páramo que tan bien resucitó Juan Rulfo. A quienes les va más la filosofía, pero no muy densa y con un toque de humor castizo, el nuevo libro de Pablo Morales, Alétheia, les va a sorprender.

La literatura es para todos, solo hay que saber qué libro pega más entre los árboles hortalinos

Para los más románticos, las novelas de Clarice Lispector son una gran receta, una caricia, una dulce y extraña melodía; pero, si lo que quieren son más de seiscientas páginas de amores y desamores, de familias, intrigas, engaños y traiciones, visiten siempre al gran Tolstoi y su Anna Karenina o bien La edad de la inocencia de Edith Wharton, son culebrones, cierto, pero de alta literatura; el primero en San Petersburgo y el segundo en el Nueva York de finales del siglo XIX.

Si, definitivamente, este mundo no les atrae y prefieren sumergirse en otros, en planetas lejanos, aparentemente inofensivos, pueden atreverse con Nosotros de Zamiatin, un libro de culto en el que Orwell se inspiró para escribir 1984 o viajen con Lem al planeta Solaris. Para terminar, aquellos que quieran hacer un triple salto mortal literario y estén dispuestos a darlo todo para sumergirse en el ambiente más sórdido de la América profunda, apuesten por un viaje en carro con Faulkner y su Mientras agonizo. En fin, que la literatura es para todos, solo hay que saber hacia dónde disparamos y qué libro pega más bajo una palmera levantina o entre los árboles hortalinos de nuestros paseos, jardines y bulevares.

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