“Me vine para un año, y aún no he vuelto”, comenta entre risas Carlos Guillermo García Laurente, de 56 años, cuando recuerda como, tras terminar la carrera de Farmacia en Perú, su país natal, se vino a España en 1991 buscando trabajo. Aterrizó en Madrid, donde ya tenía a tres hermanos viviendo –concretamente en Hortaleza–, y acompañado de su mujer, Jenny Otiniano. “Mi primera casa estaba en Villa Rosa. Desde entonces, me he mudado varias veces, pero siempre dentro del distrito”.

Tras pasar varios años realizando todo tipo de trabajos, sobre todo en el servicio doméstico privado, recaló en las marisquerías López Ferrero, donde estuvo trabajando tres años a cargo de la plancha. Entonces, uno de sus hermanos, que trabajaba como cocinero en el barrio, quiso volver a Perú y le propuso pasarle su puesto, y así es como Carlos se convirtió en 1995 en el cocinero del Mesón Sidrería Arturo, fundado diez años antes en el casco antiguo de Hortaleza por el matrimonio formado por María y Arturo. “Yo era planchista y no tenía nociones de cocina, pero Arturo y María me ayudaron muchísimo; todo lo que sé me lo enseñaron ellos”.

DE COCINERO A PROPIETARIO

Después de veinte años entre los fogones del mesón, Carlos se convirtió en su propietario en 2015, cuando Arturo y María decidieron jubilarse y le propusieron realizar el traspaso del establecimiento a su nombre (aunque los visita muy a menudo). Confiesa que no se lo pensó dos veces porque “conocía perfectamente la cocina y dominaba la carta”, que es pequeña y se caracteriza por emplear productos de la mejor calidad, y además “ya estaba acostumbrado a tratar con los proveedores”.

El mesón siempre ha tenido muchos clientes de fuera de Hortaleza y de Madrid “por la fama de tener buena fabada y la forma de ser de Arturo”

Tampoco dudó en mantener el tipo de cocina asturiana, que ya ha hecho suya, y el nombre del local en homenaje a Arturo, hortalino carismático donde los haya. Sin embargo, también reconoce que al principio el traspaso fue difícil porque, “al ser Arturo tan conocido, muchos clientes pensaban que iba a cambiar el tipo de cocina, pero poco a poco vieron que todo seguía igual”; no en vano lleva manteniendo el mismo cocinero durante más de un cuarto de siglo.

CLIENTELA FIEL

Seis años después, la clientela sigue siendo fiel y va aumentando en el mesón sidrería del número 9 de la calle Mar de Bering, donde solo se admiten comensales con reserva previa en los servicios de comida que ofrece todos los días de 13.15 a 16.30 horas y de cenas de 20.30 a 23.00 horas, aunque estas últimas restringidas desde hace años a las noches de los jueves, viernes y sábado porque, “después de la crisis del ladrillo, la gente cambió sus hábitos de consumo y ya no se ven cenas como las de antes”, explica Carlos.

También se ha visto afectado como muchos otros establecimientos de hotelería por las restricciones impuestas para frenar la expansión del coronavirus. En el Mesón Sidrería Arturo, además de trabajar Carlos y Jenny, están empleados Carlos Morán y Carlos Morán hijo.

Cuatro personas que era imposible mantener en los momentos más duros del confinamiento y del estado de alarma, por lo que Jenny y los dos Carlos Morán tuvieron que someterse a un ERTE. “En cuanto pudimos abrir los rescaté, pero como se mantiene el aforo al 50% solo puedo tener a dos empleados trabajando al 50% y el otro, al 30%”, y es que uno de los obstáculos que tiene que salvar el mesón es que, por su ubicación en pleno casco antiguo de Hortaleza, junto a la plaza de la iglesia de San Matías, con esas inexistentes aceras, no tiene posibilidad de poner una terraza.

MEJOR FABADA DEL MUNDO

Según cuenta Carlos, una de las curiosidades del Mesón Sidrería Arturo es que siempre ha tenido muchos clientes de fuera –y no solo de fuera de Hortaleza, sino también de fuera de Madrid– “por la fama de tener buena fabada y por la forma de ser de Arturo”. Tanto es así que a finales de abril recibió una llamada de parte del concurso La Mejor Fabada del Mundo, organizado por el Ayuntamiento de Villaviciosa y la empresa de eventos gastronómicos Gustatio y que ha celebrado este año su undécima edición, para decirle que habían sido seleccionados para participar en el certamen, junto a otros 84 restaurantes asturianos ubicados fuera de Asturias.

El Mesón Sidrería Arturo es el primer restaurante de fuera de Asturias que consigue ganar el premio al Mejor Compango del Mundo

A la primera reacción de timidez se impuso la seguridad que dan tantos años de trabajo y el apoyo y los ánimos de familiares, amigos y clientes, así que Carlos decidió lanzarse a la piscina. A los pocos días, tras la visita de un jurado que se presentó de incógnito en el mesón, fueron seleccionados junto a otros 11 establecimientos como semifinalistas. “Después de terminar de comer y presentarse, uno de los miembros del jurado me dijo que, de las cuatro que había probado ese día, la nuestra era la mejor”, señala Carlos, lo que terminó de convencerlo.

El evento se celebró el pasado 10 de mayo en Casa Hortensia, donde Carlos –acompañado por el mismo Arturo y su hijo Alfonso– fue uno de los cinco seleccionados para ir a Asturias una semana después a participar en la gran final con otros 20 restaurantes asturianos ubicados en el Principado.

El mejor compango del mundo

A la izquierda, Carlos Morán y, a la derecha, Arturo, fundador del mesón, en la semifinal de La Mejor Fabada del Mundo 2021.

En esta ocasión, Arturo no pudo acompañar a Carlos, pero sí Alfonso, así como Jenny y sus dos hijas, Andrea y Ariana, que estuvieron con él durante todo el evento celebrado en Casa Cortina.

Además de cocinero, Carlos es pintor y escritor en sus ratos libres y así resume la jornada en uno de sus poemas:

Al día siguiente de haber estado casi perfecto

–di lo mejor de mí, con lo mejor que tuve entre mis manos–,

compitiendo de igual a igual con los mejores.

Veintisiete años de experiencia

comprimidos en veinte minutos para sacar mi plato estrella.

Estuve gigantesco y preciso.

Moviéndome a mi ritmo en extraño y ajeno fogón:

sin sintonizar nativa frecuencia con mi piel y mi acento extranjero,

sin el bendito mechero para revivir la llama muerta por lo nervios,

sin parar un solo segundo en modo crucero

como inmutable e insólito molino de viento.

Pero al final del concurso y del subidón de adrenalina,

en el reparto de ansiados premios y de dosis extras de alegrías,

con el diploma al Mejor Compango del Mundo 2021 fundido en mi pecho

quedé completamente inmovilizado

como inerte roca mirando,

mirando sorprendido y absorto

–como cuando estoy frente a las obras maestras de Van Gogh

colgadas para siempre en raídas paredes de mi retina–.

Calurosos aplausos y centelleantes ráfagas de fotos

que crearon in vivo sísmica onda de gran tamaño

que a punto estuvo de tumbarme en el suelo

o elevarme –como ala fugitiva– a lo más alto del cielo.

Pero el esfuerzo mereció la pena y se volvieron a casa con el premio por el Mejor Compango del Mundo 2021, que sabe aún mejor si se tiene en cuenta que esta es la primera vez que se lleva este galardón un restaurante de fuera de Asturias. ¿Su secreto? La calidad de sus productos.

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