En el día de Navidad nunca hay periódicos y los kioscos se permiten un descanso, pero este 25 de diciembre de 2023 marca un punto de inflexión para los lectores de prensa en Hortaleza: a partir de entonces será imposible comprar un diario en buena parte del barrio. El pasado domingo cerraba por jubilación el kiosco de la calle Santa Susana, en Parque de Santa María. Una semana después, este domingo 24 de diciembre, es el último día del kiosco del barrio de San Lorenzo, el más antiguo de la escasa veintena que quedan en todo el distrito. Los hermanos Miguel Ángel y Mariví Sánchez Pernudo han decidido retirarse tras décadas despachando en el cruce de la avenida de Barranquilla con Celio Villalba, el lugar donde sus padres instalaron el negocio familiar un 6 de enero de 1968, hace casi 56 años.
“Abrimos un día de Reyes y nos vamos un día de Navidad, es lo que toca”, explica desde el cubículo del kiosco Mariví, que apenas tenía dos añitos cuando sus padres, Miguel y Vitoria, emprendieron el negocio tras mudarse al barrio de San Lorenzo. Mariví cuenta que, antes de tener el kiosco, su padre estuvo un tiempo vendiendo prensa con un carromato en la acera de enfrente, en la calle Baranoa. Eran tiempos de pegarse madrugones formidables, porque a diario tocaba hacerse una buena excursión por medio Madrid para recoger los periódicos que luego se vendían en el barrio. Una ruta que Mariví relata poniendo voz a los recuerdos de su madre: en la calle Isturiz de Cuatro Caminos se recogía el diario Ya, en Serrano el ABC, el diario Pueblo por las tardes en Arturo Soria…
En aquel San Lorenzo sin aceras, en el que se iba la luz cada dos por tres y se bajaba a por agua a la fuente de la calle Manizales, el kiosco era una ventana al mundo por la que incluso llegaba prensa internacional en inglés y francés. “Eso fue solo al principio, porque aquí no se vendían”, apostilla sonriente Mariví, que se ha pasado la última semana recogiendo el cariño de una clientela fiel durante décadas.
Angie, vecina de Las Cárcavas que lleva 40 comprando en el kiosco, explica que “estos son los días de la llorera”. “Porque viene todo el mundo a llorar, a decir: “Ay por dios no cierres”, comenta con una risotada esta clienta que se proclama militante “del papel” y lamenta el tiempo que pasamos delante de las pantallas. “Ahora se vende la mitad que hace unos años”, admite Mariví escoltada por el último número (el 3.000 y pico) del longevo Teleprograma, mientras despacha el Pronto a un euro y ejemplares de El País, que siempre ha sido el periódico más solicitado en el barrio y del que ahora vende apenas una veintena cada mañana.
“El barrio se ha hecho muy mayor y ha perdido la alegría que tenía, eso es lo que echo más de menos”, desliza con nostalgia. Por el kiosco, en efecto, pasa muy poca gente joven, y ya no ejerce en los niños y niñas el irresistible poder de atracción de antaño: “Aquello de que se hacía una revolera cuando llegaban los cromos o las colecciones nuevas ha pasado a la historia”.
Toda la vida de Mariví ha girado alrededor de este kiosco que mantenía a su padre secuestrado de lunes a domingo, con maratonianos horarios desde el amanecer hasta que se iba el sol. “Mi madre le traía la comida al kiosco”, recuerda su hija, que se siente afortunada por el oficio heredado. “Me lo he pasado muy bien, de pequeña aquí jugaba y leía, y conocía a toda la gente, había un trato especial. Y yo he trabajado aquí muy contenta. Mis ratitos en el kiosco los voy a echar de menos”, confiesa esta lectora empedernida que a partir de ahora, como sus clientes, tendrá que buscar la prensa algo más lejos de casa.
Muchísima suerte para quienes lo habéis regentado tantísimos años. Los que somos lectores empedernidos lloramos cada vez que cierra un kiosko, una librería. Salud y gracias por ese servicio prestado tan importante para el alma de todos
Dios se escribe con mayúscula.