Pronto llegará el 5 de enero y de nuevo las calles del barrio lucirán con sus mejores galas, es decir, con la gente viviendo en ellas la ilusión y las ganas de compartir junta las alegrías. Y, sobre todo, volverá a ser el tiempo de niños y niñas, su momento para sentir una vez más que casi todo es posible.

Pero la Cabalgata de Hortaleza no es solo una cabalgata. Es la expresión más reconocida y reconocible del esfuerzo del tejido asociativo del distrito por rebelarse ante la suerte de unas ciudades que parecían adormecidas, pero que se levantan cuando les roban lo que les pertenece. La excusa del negocio fue durante años la razón de ser de unas instituciones que, supuestamente, estaban ahí diseñadas para el servicio de las mayorías, de una ciudadanía que asistía demasiado alejada a cómo unos y otros se repartían impunemente, casi siempre, unos beneficios que creían suyos.

En este contexto, la participación se convirtió en algo irrelevante, mínimo, casi inexistente. Ustedes voten cada cuatro años y nosotros ya haremos el resto. ¿Dónde quedaron aquellas asociaciones de vecinos llenas de gente ilusionada por construir casi de cero sus barrios? Estábamos como dormidos, sumidos en la ensoñación de que las cosas solo podían ser como nos decían que tenían que ser. Y así, resignadamente, aceptábamos todo con tal de que no se alterara nuestra ilusión de bienestar.

Pues bien, llegó la hora de despertar y nos dimos cuenta de lo mucho que habíamos perdido y de lo difícil que iba a ser la tarea de recuperarlo. Sin duda, una cabalgata no es nada si lo comparamos con la salud, la educación, los servicios sociales y la atención de los colectivos más vulnerables. ¿Qué podía aportar la Cabalgata de Hortaleza a esta lucha por recuperar lo que es de todas y todos?

La respuesta no es sencilla, y entenderla así significaría simplificar en exceso lo que en la realidad es complejo. Pero tiene que ver con la necesidad de recuperar el protagonismo de la vida de nuestros barrios para las vecinas y vecinos que los habitamos. Poner por encima de cualquier otro interés el de la ciudadanía, no los del dinero y el poder. Y no una ciudadanía manejable y sumisa, sino una protagonista, capaz de empoderarse de la vida de sus calles, de la alegría de una cabalgata llena de ilusión, de la reivindicación de los espacios públicos y de la defensa de lo colectivo.

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