Una escuela de valores y una apuesta por la inclusión en la diversidad. Esos son los ejes que edifican el proyecto de La Torre de Hortaleza, que en abril celebró la vigésimo séptima edición de su torneo, denominado Memorial Jaime Reguera, en memoria de un voluntario de la asociación fallecido hace algunos años.
El torneo funciona como una Fiesta de la Convivencia, el otro nombre con el que los responsables de la asociación han querido también designar este evento, que congrega a numerosos vecinos del Barrio de Hortaleza. No en vano hablamos de un proyecto que atiende a 300 jóvenes de entre 6 y 18 años.
La fiesta de este año ha resultado un éxito de participación, expresada en la participación de numerosos invitados que han tomado parte en su 3×3 solidario (donde se recogieron alimentos para las familias con más necesidades de la asociación) y en el concurso de triples en categoría senior, disciplinas ambas que también se han disputado en todas las categorías de la asociación.
En una sintonía festiva y de condensación del trabajo de todo el año, se han disputado los 21 partidos que han conformado la realidad del torneo (tantos como equipos integran la asociación).
Han sido partidos disputados frente a sendos equipos invitados en los que ha primado la deportividad y el entendimiento, arbitrados por voluntarios de la asociación. Claro que el torneo es mucho más que deporte; es un espacio de encuentro y celebración en el ámbito familia, como por ejemplo ha sucedido con su animada verbena, y también un espacio para que compartan y jueguen juntos padres y madres, jugadores y ex jugadores de la asociación y, por supuesto, los voluntarios, como se escenificó en ‘Las Horas’.
Hablamos de 100 personas que con su esfuerzo, interés y conocimiento hacen posible que funcione la asociación en sus diferentes proyectos (Baloncesto, Gestión, Apoyo, Familias y Ocio y Tiempo Libre, entre otros).
Además, como broche de oro, el torneo contó este año con la presencia de Juan Antonio Corbalán, leyenda viva del baloncesto nacional durante la década de los setenta y ochenta, que instruyó a los jóvenes y sus padres sobre la importancia que representa el baloncesto como vehículo de integración social, solidaridad y desarrollo integral de la personalidad. Un disfrute y un aprendizaje, a la medida del espíritu de esta fiesta.