Domingo Monteagudo, Domi para los parroquianos, creció tras la barra del bar. “A veces me tenía que subir a una caja de Pepsi, que entonces había más que Coca-Cola, para poner los cafés”, recuerda el camarero en el bar Sanabria, el lugar donde más tiempo ha pasado a lo largo de su vida. “Empecé a trabajar el 1 de septiembre de 1978”, indica preciso Domi, que tenía apenas 13 añitos entonces, cuando España ni siquiera había aprobado la Constitución. “Para aguantar, esto te tiene que gustar, porque te esclaviza”, admite el hostelero, acostumbrado durante décadas a jornadas que arrancaban antes de las seis de la mañana y nunca se sabía cuando terminaban. Ahora, recién cumplidos los 60, su mujer Puri Neira le ha convencido de que, tras casi medio siglo echando más horas que un reloj durante seis días a la semana, ha llegado el momento de disfrutar de la vida. “Tengo muchos clientes, pero amigos tengo más, eso es lo bonito y lo que me va a quedar para siempre”, dice en la víspera de su última jornada de trabajo en el emblemático establecimiento del número 72 de la calle Mota del Cuervo, el más longevo de Villa Rosa, barrio al que Domi llegó siendo un niño cuando todo aquello era campo.

Natural de Malagón (Ciudad Real), él y sus cinco hermanos se establecieron a finales de los sesenta junto a sus padres en esta colonia levantada sobre antiguos trigales al final de la Carretera de Canillas, una vía estrecha repleta de baches que era la única conexión que tenían los miles de residentes del barrio con la ciudad de Madrid. Domi estudió en el colegio Nicaragua (el actual Esperanza) y estrenó el Ramón Pérez de Ayala, donde se sacó el título de Educación General Básica (EGB). Cuando había aprobado el examen de acceso al instituto Padre Piquer se vio obligado a dejar los estudios, porque su padre, albañil de profesión, enfermó: “Tuve que meterme a currar para tirar del carro”. Lo hizo literalmente a la vuelta de la esquina, porque el bar Sanabria le pillaba a unos pocos pasos del hogar familiar. «Alguna vez, mientras trabajaba, veía a mis colegas por ahí y las lágrimas se me saltaban, porque al fin y al cabo eres un niño…».

Domi recuerda que el establecimiento había abierto a finales de los sesenta, regentado por un tal Lorenzo, con el rótulo de ‘Requejo’, que también es un pueblo de la comarca zamorana de Sanabria. Un año después, el sanabrés Domingo Ferrero y su cuñado se hicieron con el negocio, al que bautizaron definitivamente como su localidad de origen. “Como también se llama Domingo, la gente se pensaba que era mi padre, y la verdad es que es un buen amigo, casi como un segundo padre”, apunta Domi sobre el que fuera su jefe durante 22 años y con el que aprendió el oficio y valores como «ayudar al prójimo».

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Ambiente en el interior del Sanabria, que abrió sus puertas a finales de los años sesenta. JULIA MANSO

El Sanabria fue coetáneo de otros bares madrugadores del barrio de Villa Rosa, como el Cervigón, El Cid o el Cendejas, todos en la calle Mota del Cuervo, como La Codorniz, que es el único que le anda a la zaga en longevidad. «Y todos nos llevábamos de puta madre», remarca Domi. En aquellos años setenta y ochenta, el Sanabria se llenaba todos los días antes del amanecer, cuando había filas de currelas en la parada del 73 para subir a un autobús, y en la acera de enfrente los taxis eran comitiva: “Como mi jefe era de Sanabria y de allí eran muchos taxistas, aquí venían en manada”. También fueron “descomunales” de trabajo los años en los que se construyeron los recintos feriales, la M-40 y los pisos de la prolongación de la calle Silvano, cuando en una sola mañana se podían esfumar dos kilos de café a base de desayunos con porras.

INSEPARABLE ALIADA

En aquella época surgieron las míticas tapas de oreja, “los boqueroncitos fritos” o las bravas que todavía son marca de la casa a la hora del aperitivo. “También lo era el pulpo, aunque lo tuvimos que quitar porque se puso muy caro”, se excusa Domi, que en el año 2000 se hizo cargo del negocio junto a su mujer Puri, inseparable aliada tras la barra en los últimos 25 años. “Me ha apoyado en todo momento y eso es fundamental en un negocio familiar. Si no fuese por ella, que ha estado al pie del cañón, no habría sido posible”, reconoce el hostelero, que no ha tenido la mínima posibilidad de legar el Sanabria a sus hijos. “Esto te absorbe de tal manera que a ellos no les gusta, porque me han visto esclavizado”.

Hace apenas un mes, a finales de junio, Puri le dijo a Domi que echase el freno, que no quería que se le “rompiese”. No costó convencerle, porque “el cansancio va haciendo mella” y salían las cuentas para jubilarse. Ahora la pareja quiere disfrutar de sus cuatro nietos y vivir todo lo que hasta ahora no han podido vivir. “Tengo pendiente con ella un viaje a los fiordos de Noruega, que es una ilusión de hace años, y cosas que antes no podíamos hacer, como tomar una caña en la Plaza Mayor”. Porque hablando de cañas, Domi nunca ha bebido una gota de alcohol en su propio bar. “Esas son las cosas que te llevan a aguantar tanto tiempo”, reflexiona quien, durante su juventud, aprovechaba los descansos en el bar para jugar al fútbol sala con sus amigos. Además, presume de que en su bar, donde siempre convivieron yayos y chavales en armonía intergeneracional, nunca ha habido una pelea.

Orgulloso de haber sacado adelante a padres, hermanos e hijos, Domi se retira más que satisfecho. También porque el bar seguirá abierto, regentado a partir de septiembre por otro vecino, Chapu, que hasta ahora llevaba la terraza del campo de fútbol de la Agrupación Deportiva Villa Rosa. “Yo voy a seguir viniendo, porque mi vida la tengo aquí, me gusta estar con la gente y este barrio es como un pueblo”, anuncia Domi. No tiene escapatoria: vive en el mismo edificio que aloja en sus bajos al Sanabria. “Los vecinos me han aguantado lo que no está en los escritos, y eso que el bar no tiene terraza”, remacha el veterano camarero, al que el Sanabria se le ha quedado pequeño este jueves 31 de julio por la cantidad de gente que ha querido pedirle la última y darle un abrazo. La última noche de Domi y Puri ha sido una avalancha de cariño: esos clientes que son amigos han inaugurado una placa en la glorieta situada frente al bar bautizándola como ‘Bar Sanabria’ y el nombre de la pareja. Incluso han contratado a un grupo de mariachis. La jarana ha sido histórica. No podía esperarse menos.

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‘Chapu’, que tomará el relevo al frente del Sanabria, junto a Puri y Domi en el interior del bar. JULIA MANSO

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