El lunes 28 de abril vivimos una situación insólita en toda la península ibérica. Pasadas las doce del mediodía, se produjeron los cortes. El wifi no funcionaba, las llamadas se entrecortaban y lo que parecía un apagón como cualquier otro, se fue transformando en una situación de alerta. Vecinos y vecinas se asomaban a las ventanas y terrazas para intentar corroborar que no era un fallo en sus casas. “¡Ha sido en el edificio!”, “¡he conseguido hablar con mi familia y es en todo el distrito de Hortaleza!”, “¡en otras zonas de Madrid tampoco hay luz!”, exclamaban algunos.
Fue entonces donde empezó a correr la voz. El que tenía familiares o compañeros de trabajo en otros puntos de España, activaron la alarma y confirmaron que el apagón era general. Entre balcón y balcón se palpaba la preocupación, algunos tenían a los niños en el colegio, otros a personas mayores a solas en otros puntos del barrio e incluso los había que tenían cita con el médico y no podían sacar el coche del garaje. Ante tal desconexión de información, las teorías no tardaron en llegar. “¡Ha sido Putin!”, “¡esto es cosa del papa Francisco!”, “¡se ha ido en toda Europa: Francia, Portugal, Italia!”.
En esta situación, la gente se echó a la calle, yo entre ellas. Las colas en los supermercados y en los bazares cada vez eran más grandes. A oscuras, entre los pasillos y con la linterna del móvil en la mano, salían clientes con carritos llenos de velas, pilas y botellas de agua. Las radios fueron las primeras en desaparecer. Muchos padres, madres y abuelos echaron mano del armario y rescataron los transistores que los han acompañado toda la vida. Despertadores antiguos, altavoces, cualquier aparato servía. Los que no tuvimos la suerte de conseguirlas, bajamos a los coches de las calles para intentar entender lo que estaba ocurriendo.
"Las radios fueron las primeras en desaparecer. Muchos padres, madres y abuelos echaron mano del armario y rescataron los transistores que los han acompañado toda la vida"
Pasaban las horas y desde las emisoras intentaban tranquilizar a la población. La luz parecía estar volviendo en zonas del norte y algunas localidades en el sur de la península, pero tardaría bastante más en regresar a Madrid. La solidaridad de los vecinos y vecinas iba en aumento. Revisión de los ascensores, atención a los más mayores y reparto de agua, embutidos y pan para las personas que no podían moverse de su domicilio.
Los había que ponían música para amenizar la espera. Los niños en los rellanos y en las calles improvisaban toda clase de juegos para divertir a todo tipo de públicos, saludando a las terrazas y buscando interacción de los más curiosos. Incluso pudimos ver una clase de yoga al aire libre para todas aquellas personas que buscaban distraerse. Las horas pasaban y los más avispados comenzaban a preparar la cena con camping gas, una barbacoa o cocina de gas. Todos ellos fueron los anfitriones de vecinos que no tenían qué comer o que simplemente preferían pasar la espera en compañía.
Ya entradas las nueve de la noche llegaban las primeras llamadas de familiares, en mi caso desde la calle Carril del Conde, donde había vuelto la luz hacía unos escasos minutos. Otra llamada, esta vez desde la UVA de Hortaleza, donde también volvían a la normalidad. Desde Valdebebas, donde me encontraba, tuvimos que esperar un poco más: vecinos y vecinas ansiosos sabían que la espera terminaría de un momento a otro y así fue. De repente, todas las luces, ventanas y farolas se encendieron al unísono, lo que despertó la alegría y la euforia de la gente que empezó a gritar y a aplaudir desde los balcones. La espera había terminado. Ahora solo faltaba encender la televisión y confiar en que los daños en hospitales, carreteras o estaciones no hubiesen dejado problemas más graves.