Fue en la exposición de Sonia Delaunay. La luz era tenue para que el arte se vistiera de tejidos, colores, círculos… Sally, recién llegada de Gambia, avisó con su nuevo idioma: la alcaldesa. Ningún escolta. Era ella y le pedimos una entrevista para el barrio. Miró reflexiva y nos dictó su número personal para después del verano. En octubre, hubo dos wasaps y una cita temprana.

Me aguarda en la puerta para que el timbre no rompa ningún sueño. La casa nada tiene que ver con lo que se ve en las redes. He dado por hecho la fotografía, pero “no era lo hablado” y entro dejando atrás a Sandra con su cámara.

Bajamos una escalera mientras me explica lo de la cooperativa o cómo hubo hasta polémica por una foto de su cocina “porque me hicieron una foto horrorosa, pero me parece que las cosas viejas pueden tirar mucho”. Mi vista se va a los imanes del frigorífico. ¡Claro! Los murales de Portugalete.

Y allí…, sobre la mesa, las famosas magdalenas de Manuela. Me cuenta que la idea la inició en la tienda de Yayos Emprendedores y que la ha continuado en el Ayuntamiento como “un gesto cariñoso y simpático”. Le entrego el kit del periódico: chapa, camiseta y bolsa de la campaña EnamórateHTZ. “Esas mochilas son buenísimas”. Parece un ritual de vecinos.

PREGUNTA: ¿Desayunas conmigo?

RESPUESTA: Yo desayuné ya. Me suelo levantar los días de trabajo a las cinco.

¿Acostándote temprano?

A las doce y media, a la una… Nunca he dormido mucho, pero ahora duermo menos porque es verdad que el Ayuntamiento lleva mucho tiempo. Prefiero levantarme pronto, desayunar tranquila y organizarme bien la mañana que no ir a todos los sitios corriendo.

¿Corriendo o en metro?

Salvo que haya alguna circunstancia extraña, suelo coger el metro aquí en Arturo Soria. Luego me bajo en unas u otras estaciones. Aparte de por seguridad, a mí me gusta dar una vuelta y así veo un poco cómo están las cosas. Luego a la vuelta, pues depende.

¿Y cuándo la bici?

Pues ahora para Madrid utilizo la eléctrica y, hasta en verano, que siempre hacemos una excursión con el grupo de la bicicleta. La verdad es que, el año pasado por estas fechas, me detectaron unas ciertas arritmias, entonces me aconsejaron que no hiciera esfuerzos. En Madrid, con una normal, tienes que hacer un montón de esfuerzos. Hay muchísimas cuestas, sobre todo en mi casa, pues mi barrio está después de las dos vaguadas.

¿En qué barrio te has criado?

Nací en la Dehesa de la Villa en una casa que era de mi abuela. Mi abuela era pastelera y, cuando quitó la pastelería porque murió mi abuelo, construyó una casa en la Dehesa de la Villa, pero ella, que tenía espíritu empresarial, en vez de hacer un chalet, hizo una casa de pisos, pero con jardín. Entonces, nosotros teníamos el jardín y el resto de los pisos se alquilaban.

¡Una abuela emprendedora!

Toda mi familia, porque mis dos abuelas tenían tienda. La paterna puso una tienda en el pueblo de Toledo de donde era mi padre, Añover del Tajo. Y mi abuela madrileña la puso en Madrid, es decir, que yo procedo de familias de comerciantes.

¿A qué colegio fuiste?

A un colegio francés que se llama las Damas Negras, un colegio de monjas que era un poco más liberal. Las monjas me llevaban a Vallecas. Eran unos barrios de chabolas impresionantes. Me quedé muy impactada de lo que era la pobreza y de por qué la pobreza. Me costó mucho identificar dónde íbamos, pero ya sé dónde es. El parque de las Tetas, entonces, eran las chabolas de los Picos de Europa.

¿Por eso te hiciste abogada?

No se me había ocurrido nunca ser abogado porque no me había llamado nada la atención. En casa, no sabíamos ni lo que era un juzgado. Yo, la verdad, quería hacer Filosofía pura. En el colegio, me había enamorado de la Filosofía, pero mi padre me dijo: “Mira, de eso no se vive, hazte mejor Derecho y, si quieres, haces las dos carreras”.

Él era un hombre con un gran sentido pactista, no buscaba nunca enfrentamientos. Siempre buscaba soluciones. Él me dijo si quieres lo haces, pero haces también Derecho. Y cuando llegué a la universidad y vi que con el Derecho se podían hacer las leyes, me pareció muy interesante. Hubo un movimiento estudiantil importante, me presenté a las elecciones y me eligieron. Y ya tuve una vida muy de…, digamos, activista estudiantil.

¿Seguías en la Dehesa de la Villa?

Allí viví hasta ir a la universidad. Mi madre ya se quejaba mucho porque era una casa que no tenía calefacción central y era muy fría. Entonces, nos trasladamos a Ríos Rosas esquina con Bravo Murillo. Ahí estuve hasta que me fui a vivir a Barcelona cuando a mi marido le hicieron un expediente de esos que no nos dejaban estudiar en Madrid.

¿Te expedientaron a ti?

A mí me lo hicieron casi a la vez, pero me admitieron en Valencia y a Eduardo lo admitieron en Barcelona. Entonces, estuvimos viviendo dos años; el primero sin casarnos y al segundo nos casamos. Nos hubiéramos quedado a vivir, a lo mejor, en Barcelona. Estábamos muy a gusto, pero a Eduardo lo obligaron a hacer la mili ordinaria y lo destinaron a Madrid. Entonces, ya nos vinimos.

¿Ya estabas en el PCE?

Yo creo que los amigos que estaban en mi entorno y la gente más interesante, al final, resultaba que también estaba en el Partido Comunista. Tampoco había otra cosa porque, en mis tiempos, no había partido socialista. Hubo mucha gente que procedía del Colegio Estudio, del Liceo Francés… Luego también había gente que había evolucionado, que procedía del Colegio del Pilar… La democracia cristiana que estaba en la época mía en la universidad buscaba un entendimiento, en el sentido de charlar…, con los comunistas.

Nosotros éramos un Partido Comunista fundamentalmente convencido de que el objetivo de la democracia no era algo táctico, sino que era estratégico. Yo creo que el choque fue cuando, después, vino la democracia y empezó a venir la gente que había estado más tiempo en Francia. Empezamos a tener una sensación ya de que era muy diferente a lo que nosotros habíamos pensado. Porque nosotros creíamos en un eurocomunismo de verdad.

¿Erais muchos?

Para que te hagas una idea, éramos 150 abogados comunistas y todos procedíamos de, digamos, el mejor liberalismo de España, de la Institución Libre de Enseñanza, de las asociaciones de derechos humanos. Era un perfil de gente con una gran carga social, con una preocupación social enorme, pero, realmente, con un afán de acabar con el franquismo, de restaurar la democracia.

Hoy es común decir que no se es político.

Es una consecuencia de lo que han significado los partidos políticos. Yo creo que, cuando yo estaba en la universidad, si alguien me hubiera preguntado que si yo era política, también hubiera dicho que no porque yo he tenido siempre como un afán enorme de huir de la identificación de mi yo con alternativas políticas. Cuando me preguntaban era comunista, yo decía: “Estoy en el Partido Comunista, pero yo soy Manuela”.

Por tanto, cuando ahora dices que no eres política, quieres decir que no estás metida en ningún partido político. Parece que la política, hoy en día, ha quedado absorbida por la profesión del político, es decir, que no diferenciamos bien entre tener ideas políticas y querer participar en el desarrollo de la sociedad. Eso es lo que a mí me hace sentirme muy fuera de todo eso.

¿Satisfecha de aquella militancia?

A mí el Partido Comunista, el que yo conocí, me pareció maravilloso. Conocí a gente interesantísima, me formó mucho en lo asociativo, me hizo tener una visión de lo que era el mundo, de lo que significaba la lucha de clases, pero nunca me identifiqué en el sentido de decir yo soy una persona marxista. No, nunca me convenció el marxismo. Me pareció que tenía algunas observaciones interesantes respecto a determinados aspectos de la sociedad, pero no me convencía nada en la visión que tenía del ser humano.

Manuela en biciCarmena, en bicicleta por el barrio de Portugalete.

¿Fue peligroso ser abogada laboralista?

Pero podías pasártelo muy bien. Éramos todos amigos. Estábamos muy imbuidos del Mayo francés. Yo qué sé. Teníamos reuniones muy largas, pero luego nos íbamos, a lo mejor, a tomar una copa y a bailar. Quiero decir que era un ambiente en el que no teníamos esa sensación de miedo. Tenías la sensación de limitación de la dictadura. De saber que había muchas cosas que no podías hacer. Era una sensación de que tú ibas a Francia, a Alemania y a Inglaterra y venías maravillado de lo que era la libertad y sabías que aquí no la teníamos; pero miedo, no.

Sabemos que venías a asesorar a Hortaleza.

La verdad es que en mi despacho, en los grandes despachos de la época franquista, yo creo que fuimos unos auténticos emprendedores porque conseguimos, racionalizando muy bien los ingresos que teníamos, hacer empresas muy importantes. Nosotros teníamos unos criterios muy éticos, es decir, que todo el dinero que conseguíamos lo invertíamos en más despachos, ¿no?

En el despacho mío, en el despacho de Atocha, teníamos, pues, una sucursal en Hortaleza que llevábamos fundamentalmente con uno de los muchachos que murieron, José Javier Benavides. Yo personalmente no iba, bueno, pude estar en alguna ocasión. Pero era un sector de nuestro despacho los que iban allí. Iban todas las semanas. Lo mismo que teníamos otro en Guadalajara, por ejemplo. Teníamos varias como sucursales nuestras y una era precisamente Hortaleza, sí.

Fuisteis muy valientes.

No teníamos la sensación de que tuviéramos mucho riesgo. Es curioso desde fuera entenderlo. Hasta que pasaron las semanas trágicas y pasó lo que pasó, no teníamos una sensación de riesgo. Tampoco teníamos demasiadas medidas de seguridad. Bueno, sabíamos que la policía nos tenía fichados, nos habían ya detenido alguna vez, pero eran detenciones muy suaves porque éramos abogados. Estaba muy encima de nosotros el Colegio de Abogados, aunque nos habían detenido un 1 de mayo… Pero bueno… Estuvimos dos días o cosa así. Yo creo que nos sentíamos como bastante seguros y bastante fuertes. No tengo la sensación de tener miedo hasta después de pasar lo del asesinato.

¿Todo cambió?

Fue una cosa tan bárbara, tan salvaje, tan absolutamente absurda que… Fue una situación tan desproporcionada y tan brutal. Nunca hubiéramos pensado que podía pasar eso. No sé, que hubieran… ¡Pero un asesinato de esas características…! En una manifestación que dispararan, sí, y había pasado.

Había muerto María Luz Nájera (muerta por el impacto de un bote de humo de los antidisturtbios en enero de 1977) y había pasado en el País Vasco. Y habían matado a Pedro Patiño (de CC. OO., muerto por un disparo de la Guardia Civil en Leganés en 1971), Patiño era muy amigo mío, es decir, que esas cosas podían pasar, pero deliberadamente entrar en un despacho y hacer aquellos asesinatos ni se nos había pasado por la cabeza. Desde luego que no, porque hubiéramos tomado alguna medida.

¿Influyó mucho en tu vida?

Sí, claro. Yo nunca me había sentido atraída a hacer una “política profesional” entre comillas. Acepté ir en las primeras listas que hizo el Partido Comunista. Yo creo que fue un poco en recuerdo de los compañeros porque nos parecía que era una cosa que se la debíamos. Fue tan brutal ver segada completamente la vida de gente que estábamos llenos de entusiasmo. Todos con las parejas, los hijos pequeños, descubriendo Europa, descubriendo tantísimas cosas, empezando a ver lo que era la democracia. Era una cosa tan fabulosa y, de pronto, los matan.

Entonces, te sentías tan obligada y, aunque a mí no me apetecía especialmente, era como una sensación de que hay que hacerlo por ellos. Éramos enormemente amigos, es decir, el despacho no éramos profesionales y nada más, éramos una gran pandilla de amigos, muy amigos todos. Teníamos nuestra vida personal estaba ubicada ahí. Claro, con los arquitectos, con los médicos, con aquellos núcleos de superamigos que éramos.

Manuela votandoCarmena, con su nieta, antes de votar en 2015 en el instituto Conde de Orgaz. Foto Sandra Blanco

¿Son independientes los jueces?

Yo he insistido muchísimo siempre. Los jueces son independientes, es decir, en toda mi carrera, nadie me ha presionado para que haga una resolución en un sentido o en otro. Nunca nadie me ha llamado.

El tema para mí más preocupante de la judicatura es que está muy aislada de la realidad social. Es como si se viviera en otro mundo. Simplemente, los tiempos judiciales. Que alguien se pueda plantear que, para resolver un recuso, no pasa nada porque se resuelva dentro de dos años indica que hay unos tiempos judiciales que no tienen nada que ver con los tiempos reales, lo que produce una distorsión brutal.

No se ha visto la necesidad de que los jueces dialoguen directamente con la sociedad. Yo siempre, cuando estaba en la carrera judicial, propuse que los jueces, antes de dictar las sentencias, primero lo dijeran con audiencia pública, es decir, con sesiones abiertas, y que contestaran ellos directamente a las preguntas de los medios de comunicación. Un sitio donde se puede plantear la nulidad, que nadie entiende lo que es la nulidad, o las prescripción o simplemente el tiempo judicial. Son conceptos que la sociedad no comprende y tiene su derecho a comprender.

¿Cuándo viniste a Hortaleza?

Mira, la primera que se vino fue Cristina Almeida. Yo era muy amiga de Cristina, que vive en la casa de al lado. Entonces, estaba viviendo alquilada en una casa que era de mi hermana en el barrio de la Estrella. Cristina dijo de venir y a mí me daba mucha pereza tener que destinar una parte del sueldo para comprar la casa, pero nos la vendieron a un precio razonable a las dos y ya nos vinimos aquí.

Mejor que un piso.

Me gustaba mucho tener un jardín. En la casa de mi abuela en la Dehesa de la Villa, teníamos jardín y siempre me encanta lo verde, los árboles y mis tiestos. Me gustan muchísimo muchísimo las plantas. Tengo un ciruelo y un melocotonero. Se me dan bien. Es cuestión de poquito a poco. Tengo mis cositas. Mis plantas me gustan mucho.

¿Integrada en el barrio?

Cuando vinimos, nos vinculamos a lo que se estaba haciendo en Portugalete. Tengo las fotos ahí puestas en la nevera. Se empezaron a hacer los grandes murales y, bueno, fue una cosa muy interesante y nos vinculamos. Nos hicimos de la asociación de vecinos de Portugalete y lo sigo siendo. Ahora se juntaron con Villa Rosa.

En determinada época, en la medida de lo que podía, iba alguna vez a las reuniones. Ahora ya, claro, tengo más contactos por otra parte, pero inicialmente siempre estuve vinculada.

¿Ha cambiado el barrio?

El barrio ha perdido la identidad totalmente, pero, aun así, creo que se hubieran podido hacer muchas cosas para que hubiera identidad de barrio. Creo que no se supo hacer.

A mí siempre me pareció muy interesante el ganar los nuevos vecinos que estaban llegando, entre otras cosas porque yo me sentía bastante identificada con esos nuevos vecinos ya que nosotros también procedíamos de otras zonas. Pero no lo supimos hacer el pasar de movimientos puramente reivindicativos a movimientos colaborativos. No se podrían hacer ya las reivindicaciones en el sentido en que se vivía antes.

¿En qué consiste lo colaborativo?

Vamos a cuidar lo que hay, vamos a mejorarlo, pero vamos a cuidar lo que hay. Me sorprende la cantidad de tiestos, de maceteros que hay en la ciudad que están secos. Me voy enterando de que muchos no tienen ni preparado el riego. Pero para todo está previsto que tenga que haber una contrata, que tenga que haber una persona, unos trabajadores, que esté en unas cláusulas, que esté establecido. Pero ¿no es posible que entre todos cuidemos la ciudad aparte de que después haya grandes servicios?

¿Cuidar, por ejemplo, el centro histórico del distrito?

Sé que hubo muchas propuestas. Hubo la propuesta de hacer la sustitución de una parcela por otra y al final creo que no pudo ser. No sé. Creo que se intentaron, de alguna manera, buscar soluciones y, bueno, es un conflicto que, como tantos otros, habrá que resolverlo, pero no sé exactamente cómo ha quedado.

Esta reflexión era porque el movimiento aquí en Portugalete, el movimiento vecinal, no había sabido dar el salto a la transformación de la situación, es decir, que se seguía viviendo un poco con la estructura de la época de la dictadura de movimientos puramente reivindicativos.

¿Un cambio de mentalidad?

Falta muchísimo la concertación de la ciudadanía y se están, además, creando unas situaciones muy negativas porque creo que hay jóvenes que no tienen ningún sentimiento ahora mismo de la ciudadanía. Es alucinante. Al hacer análisis de todas las sanciones que ponemos en materia de limpieza, vemos que los que más ensucian la ciudad son los jóvenes. Y son españoles y con estudios. Esto nos da un perfil de una juventud que está absolutamente ineducada cívicamente, que no ha asumido esa mínima parte de lo colaborativo que es lo obligacional.

Es un fenómeno interesante.

Es un fenómeno inquietante. Las democracias no significan solamente votar, sino también sentirse un miembro protagonista con ese voto. A su vez, tú eres un elemento activo que tienes que tener una vinculación con la ciudad, y no hemos logrado eso.

Aniversario Portugalete ManuelaCarmena, durante la celebración de los 40 años de los murales de Portugalete. Foto Sandra Blanco

¿Ayudan los presupuestos participativos?

Eso es muy bueno, pero está todavía moviéndose en sectores muy minoritarios porque tiene que pasar bastante tiempo hasta que cale.

¿Otras formas?

Necesitamos amigos del parque Juan Carlos I, amigos de los árboles, de gente que, de alguna manera, nos ayude a cuidar de Madrid, es decir, ayude a las instituciones. Por ejemplo, los Amigos Museo del Prado, ¿por qué no trabajamos con ellos? Las instituciones solas no lo pueden hacer.

Yo creo que la idea de la ordenanza público-social que se está trabajando ahora puede estar muy bien porque es una manera de insertar. Además de lo público-privado, tiene que haber lo público-social, es decir, que es incorporar todo ese movimiento colaborativo a la sociedad para ayudar a mejorar la ciudad.

¿Otra forma de sentir la ciudad?

Hay que volver a enamorarse de la ciudad, quererla y saber que, si tú ves un árbol seco, no tienes solo que llamar al 010, sino que, a lo mejor, en tu grupo, en tu ciudad, hay amigos de los árboles que vamos a recomendar, vamos a ayudar…

En este paseo, hay muchas moreras. Yo le tengo dicho a Yolanda (concejala de Hortaleza) que vamos a intentar recoger las moras. Cuando llega la época, no veas cómo se pone la calle. ¡Horrorosa! ¿Por qué? Porque nadie recogemos las moras. Vamos a hacer una recogida de moreras y, después, vamos a intercambiarnos las mermeladas o vamos a hacer un concurso de mermeladas… Y todo esto tendría, yo creo, muchísima proyección. Sin embargo, recoger firmas para hacer un escrito para presentar una queja está bien, pero que no sea lo único.

A propósito, ¿dos distritos no son demasiado?

No tenemos gente. El no tener una mayoría absoluta tiene ventajas en la medida en que estás mucho más obligada en llegar a acuerdos, pero tiene inconvenientes en la medida en que no somos suficientes. Eso es verdad.

¿Qué desearías para Hortaleza?

Me parece que es un barrio que es tan inmenso que convendría que, dentro de los distritos, estuvieran más claramente identificados barrios muy diferentes. En los distritos, hay políticas tan distintas y situaciones tan diferentes que nos demuestran que hay que sectorizar muchísimo más. ¿Qué tiene que ver Sanchinarro con Manoteras? No tiene nada que ver.

Es un distrito que tiene unas posibilidades enormes porque hay muchas cosas por hacer. Y me parece que hay que conservar lo positivo que hay e intentar hacer lo que es necesario hacer y, después, diseñar para el futuro todo lo que se necesita para el desarrollo de la vida de las personas de la mejor manera posible, ¿no?

¿Algún otro tema?

Mucho más que la entrevista, si quieres que te diga la verdad, me apetecía charlar como vecina de Hortaleza, que me comentaras las cosas que ves tú que van mal en el Ayuntamiento y que podrían ir mejor, cómo podemos mejorar. Para ahí [la grabación].

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