El viernes 13 de noviembre, la comunidad francesa de Hortaleza no duerme. La información sobre los atentados yihadistas llega poco a poco a través de los medios de comunicación. Hay familiares, vecinos y amigos en París. Algunas familias tienen hijos estudiando allí. Chicos y chicas con la edad suficiente para salir por la noche, ir a conciertos o cenar en los cafés que están cerca de la Bastilla y el Oberkampf, hay terrazas al aire libre, les gusta el barrio, los precios son asequibles, no hay muchos turistas, es una zona para estudiantes.

París es un caos, no hay metro, ni autobuses. Los que han tenido más suerte pasan la noche en casas de familias desconocidas que les han abierto la puerta, llaman a España, aquí, en Madrid, las familias necesitan escuchar sus voces. Las sirenas no cesan. Suenan los móviles hasta bien entrada la madrugada, se abren chats para que la información llegue rápidamente a España.

El domingo por la mañana, el Liceo Francés de Madrid, ubicado en el distrito, escribe a todas las familias. En un correo electrónico informan de lo sucedido y adjuntan varios enlaces a webs de apoyo, animan así a la comunidad a que explique a los alumnos y alumnas lo que ha pasado. Los padres lo intentan, lo intentamos todos, pronunciamos de nuevo la palabra terrorismo, analizamos su significado y nos atrapan los interrogantes, los porqués.

No es fácil explicar lo que parece no tener explicación, no es fácil hablar de fanatismo, de muerte, de violencia, de odio. El lunes 16 el Liceo Francés abre sus puertas a las 8:30 de la mañana, todos los Liceos Franceses de España lo hacen. La policía vigila las entradas, hay flores, sus colores contrastan con la ropa negra que visten los estudiantes, las aulas van llenándose y la tristeza se sienta en las mesas, las clases deben proseguir porque la educación es quizá la más eficaz de todas las armas.

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