¡Es un mar injusto, pero es nuestro mar!, corean millones de peces chicos a punto de ser devorados por el pez gordo. El gran tiburón blanco se mueve con soltura en aguas revueltas. Es capaz de generar mareas simplemente moviendo una aleta.

Aprovecha el aturdimiento general para cobrarse nuevas víctimas sin apenas esfuerzo. Primero ataca a los crustáceos y especula con sus conchas en los mares del sur. Si el crustáceo se esconde en zonas rocosas y su boca no alcanza, subcontrata pirañas, que en cierto modo disfrutan con lo que hacen.

Cuando acaba con los crustáceos, se dispone a atacar al pez común. Ataca al pez parado, ataca al pez pensionista, ataca al pez dependiente, ataca al pequeño pez autónomo. Y ahora también ataca al pez taxista (mediante una nueva especie que parasita en torno a él y se hace llamar uberpez).

Son ataques que no saldrán en los medios oceánicos, también a sueldo del pez gordo. Ataques apenas perceptibles porque se producen lentamente, escama a escama, volviendo a los peces chicos cada vez más vulnerables sin apenas darse cuenta. Una vez descamados, ya sin fuerzas ni agallas para defenderse, se los zampa. Quien trate de buscar una explicación lógica al modo de actuar del pez gordo, le ahorraré el trámite: no hay que darle más vueltas, está en su naturaleza.

Lo curioso, sin embargo, es la reacción del pez chico. Se cuentan por miles, millones. Pero, en lugar de unirse y acorralar al pez gordo entre todos, se dividen formando pequeños grupúsculos enfrentados entre sí.

Grupúsculos a la izquierda y grupúsculos a la derecha. Los peces de la izquierda perderán el tiempo intentado organizarse en círculos asamblearios. Serán devorados mientras votan, a aleta alzada, al próximo portavoz de la Subcomisión de Igualdad Marítima.

Los de la derecha, por su parte, tildarán a los peces de la izquierda de vagos y maleantes, justificando, en cierto modo, la actuación del pez gordo. Piensan así porque realmente creen que, algún día, con tesón y mucho plancton, llegarán a convertirse en peces gordos. Y seguirán convencidos, aunque ya estén dentro de la barriga de Moby Dick. O bien apelarán a la patria, aunque la mar no entienda de fronteras. De modo que, al final, las raspas de la izquierda flotarán con las raspas de la derecha, todas juntas, iguales, y el pez gordo, frustrado, soñando con tierra firme.

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